sábado, 15 de enero de 2011

Una catástrofe evitable


N
ada más lejos de mi ánimo que ser agorero, pero hay que cantar las verdades para que al menos si ocurre algo desagradable, los responsables no puedan escudarse en la ignorancia y los ciudadanos tengan conocimiento de causa para poder reivindicar responsabilidades.
            Con motivo de la pasada Semana Santa, nuestra entrañable, vilipendiada, desaprovechada y laberíntica Manga del Mar Menor se llenó de turistas extranjeros e indígenas en busca de paz, tranquilidad y diversión añadida. Fueron como un trailer de la película que se va a formar durante el verano y que hacen de nuestras playas un lugar paradisíaco solo descubierto a medias, igual que Cartagena, por parte del turismo internacional.
            La Manga es una gran trampa. Su único acceso es como la boca de un gigante que ingurgita coches, autobuses y personas de una forma masiva que llenan su estómago y le produce una digestión difícil, casi imposible de realizar, sólo paliada por el vómito a través de la misma entrada. Hace muchísimo tiempo que por los medios de comunicación se está produciendo la llamada de alerta roja, casi angustiosa, pero este grito cae en saco roto y nadie da soluciones. Tanto comentario ya se ha hecho habitual, y ya se sabe que lo habitual y cotidiano pierde responsabilidad y nos acostumbramos tanto, que estar en el filo de la navaja es una situación  consuetudinaria.
            Ahora ya se está elucubrando la construcción de un macrohotel en la Veneziola, añadido a la proliferación masiva de urbanizaciones, chalés y viviendas unifamiliares que aumentan en progresión geométrica el número de habitantes, de mangueros mezclados y arracimados en un pedazo de tierra del paraíso marino.
            ¿Pueden ustedes figurarse una catástrofe, un atentado terrorista, un terremoto, un incendio, un tsunami, o cualquier otro fenómeno natural o provocado, con el espacio existente lleno de gente, en pleno mes de Agosto, y disponiendo de una sola salida que no sean los mares? La inconsciencia de nuestros dirigentes es inimaginable. Si alguna vez ocurriera algo de lo citado, podría tener consecuencias sociales de una magnitud impensable.
            Una entrada y salida por el mismo sitio es demencial. Cuanto mayor sea el número de personas en la trampa, mayor es el peligro. No hay más remedio que habilitar una salida por el lado norte, aunque sea enfrentándose con quien piense lo contrario, porque puede ir en ello la vida de muchos miles de personas. Hay que buscar el menor perjuicio del entorno. Una carretera directamente o sobre pilotes para que las aves que anidan sufran el menor deterioro.
            Ahora bien, pase lo que pase, en ningún momento se puede poner en peligro grave la vida humana, prefiriendo la existencia de aves por muy importante que sean sus especies. La elección no debía tener color en un país civilizado, si se tuviera que elegir. Está dicho.
            Hasta la próxima
El Faro, lunes 19 de junio de 2006.




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