jueves, 6 de enero de 2011

La máquina del orgasmo


Q
ue el mundo está loco parece ya asumido, pero de vez en cuando se produce alguna noticia que nos deja cara de póker. La capacidad de sorpresa ya está obsoleta.
            Hace semanas leía en la prensa una noticia insólita. Un trabajador polaco demandaba a su Gobierno por un problema laboral que le había producido una incapacidad. Hasta aquí la noticia parecía vulgar, pero indagando es canela fina. Nuestro operario  trabajaba en una fábrica de losas cerámicas y manejaba diariamente una máquina que producía muchas vibraciones y tenía que apoyar en su abdomen. Estas constantes vibraciones le producían un orgasmo cada cuarenta minutos y claro, ahora con su jubilación, se encontraba hecho unos zorros, sin capacidad para ninguna función sexual, por lo que reclamaba una indemnización por deterioro.
            Vivir para ver. Después de años laborales compartidos con su placer añadido, pienso que el Estado debería premiarlo y proclamarlo símbolo notorio del macho polaco, hacerle una estatua que luciera en una plaza y asignarle una renta compensatoria del sámago que había ido perdiendo a lo largo de su vida laboral.
             Si me paro a pensar en este acontecimiento, considero que es propio de un verdadero campeón del onanismo del siglo XXI. Nada más ni menos que la práctica del sexo entre un hombre y una máquina. Insólito. Ya no podemos hablar de desvío humano compartido, ni  bestialismo y tendríamos que inventar una nueva palabra que bien podría ser maquinalismo y  nos definiría la nueva y susodicha relación hombre-máquina.
            Si nuestro campeón fuera casado, al llegar a su hogar después de la lucha cotidiana laborosexual imagino que tendría abandonada a su esposa y no podría cumplir en su relación amorosa matrimonial, ya que el agotamiento lo tendría agarrotado negativamente. Sería uno de los pocos humanos que se librarían de la clásica jaqueca femenina en el  tálamo conyugal. Todo no iba a ser inconvenientes.
            Pues bien, desconozco el final de la historia y si nuestro héroe trabajaba vestido, en paños menores o desnudo, porque en su actividad amorosa con la máquina, terminaría la jornada laboral hecho un asco.
            Queridos amigos, no siempre puede poner uno cara justiciera, crítica o reivindicativa. De vez en cuando hay que liberar la vena humorística. Reír es sano y buen alimento para el espíritu que no engorda y siempre sienta como una gimnasia subliminal.
            Hasta la próxima.
El Faro, lunes 15 de mayo de 2006.

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